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Tecnología y comodidades modernas: entre el control y la felicidad

Las comodidades modernas provistas por la tecnología parecen haber mejorado de manera significativa la calidad de vida individual y colectiva. La automatización de procesos en la producción y distribución de bienes y servicios ha abaratado costos, y entre muchas otras cosas, ha permitido la conectividad global y la actualización constante de nuestros dispositivos electrónicos. Como humanidad, hemos construido una civilización donde la tecnología se mezcla cada vez más con las actividades cotidianas y las relaciones sociales. Lo anterior ha acelerado la transformación de nuestras instituciones sociales, de la estructura económica, los paradigmas científicos y la configuración de subjetividades, lo que nos sitúa en un tiempo vertiginoso de transición a muchos niveles, al que es necesario hacer frente con reflexividad y una postura crítica, de esta forma podremos tener mayor capacidad de decisión sobre nuestros objetivos como clientes y como vendedores.

Ante la magnitud de esta serie de cambios profundos, una alternativa se nos ofrece a las puertas de la inteligencia artificial y el transhumanismo: la evolución humana a cargo del avance tecnológico, de la robotización del cuerpo y la manipulación genética. Frente a este escenario, resulta indispensable una reflexión colectiva sobre la necesidad del desarrollo tecnológico contemporáneo y sobre las necesidades humanas de nuestro tiempo, ya que, a pesar de la promesa tecnológica, en lugar de habernos conducido a una sociedad más feliz y libre, la tecnología actual ha servido en gran medida a los poderes políticos y económicos para tener un mayor monitoreo de nuestras vidas y una mayor influencia. Como ejemplo, la recopilación masiva de datos por parte de las grandes corporaciones tecnológicas ha planteado preocupaciones sobre la privacidad y la manipulación de nuestras elecciones y opiniones. En éste mundo impulsado económicamente por el constante bombardeo de anuncios, las agencias de publicidad juegan un papel fundamental en la configuración de las dinámicas culturales, políticas e intrapersonales. Resulta innegable nuestra capacidad para influir a gran escala en el ánimo, deseos y decisiones de las sociedades modernas, donde las personas a menudo se comportan de manera similar, siguiendo tendencias y normativas establecidas por la corriente dominante. Esta influencia plantea una pregunta fundamental: ¿cómo una agencia puede asumir la responsabilidad de este poder que ejerce? Ante la acelerada digitalización de la vida social, donde cada clic y compra es rastreada y analizada, la ética publicitaria puede significar los cimientos para la construcción de una actividad comercial no engañosa y respetuosa con los clientes y posibles clientes, y además reflexiva sobre el impacto que tienen en la vida de las personas los productos y servicios que promueven. Pensar en lo anterior hace aparecer ante mí las siguientes preguntas: como sociedad, ¿realmente necesitamos estas tecnologías?, ¿quién las está impulsando y con qué interés?

No hay que perder de vista que, por más atea que ésta ideología se diga, el cientificismo moderno también es una espiritualidad, es la fe puesta en la ciencia, su abanderamiento de la verdad y del progreso social. Y aunque se proclame como redentora de la humanidad ante el poder pastoral religioso, es una espiritualidad en tanto que se plantea las cuestiones profundas sobre nuestra vida: acerca de nuestro origen, papel y destino, y parece haber encontrado su mística en la creación de un mundo virtual: la expresión de su esfuerzo por llegar a lo infinito, la inmortalidad y la conexión entre todos. Sin embargo, el reciente aumento exponencial de las enfermedades crónicas y de los padecimientos psíquicos nos han dejado claro que la tecnología, bajo directrices del mercado y del estado, no trae la felicidad, sino una costumbre enfermiza por la satisfacción a corto plazo, que a menudo nos ha llevado a la pasividad y al aislamiento. Una realidad virtual donde llevar vidas paralelas, ¿no podría alejarnos aún más de la autenticidad y la conexión humana?, ¿no es lo suficientemente obvio que el transhumanismo pintará una brecha aún mayor entre aquellos que pueden permitirse tales mejoras y aquellos que no? La posibilidad de construir una sociedad orwelliana debería servir de advertencia más que de meta: un futuro cyberpunk donde el valor de la vida se degrada cada día más, mientras los humanos se convierten en máquinas.

Es esencial volver a evaluar nuestras necesidades humanas fundamentales, ya que, si bien, la tecnología puede proporcionar soluciones superficiales, no es la única vía para satisfacer nuestras necesidades orgánicas, afectivas, sociales y espirituales. La búsqueda de la felicidad y la conexión profunda con nosotros mismos y con los demás no debe quedar eclipsada por las innovaciones tecnológicas. A mi juicio, el resurgimiento del interés social por las prácticas espirituales, puede ser la oportunidad de imaginar nuevas vías para nuestra evolución social. Personalmente, sostengo que, tomadas con la  seriedad suficiente, las prácticas espirituales y la autoexploración pueden ofrecer un camino alternativo al de la enajenación tecnológica, enriqueciendo el espíritu humano y devolviendo su valor a la vida; arrebatado por el egoísmo y la depredación sistemática de las figuras en puestos de poder. La meditación, la conexión con la naturaleza y la resolución de conflictos inconscientes -a través de un proceso de psicoterapia profunda, por ejemplo-, conllevan una transformación en la subjetividad humana y procuran una vida de satisfacción, equilibrio, vitalidad y de interés por el bienestar del otro, colectivo.

Para finalizar, me gustaría poder enfatizar la relevancia de preguntarnos quién se beneficiará realmente de las tecnologías mencionadas. Un mundo donde la tecnología avanza más rápido de lo que el humano común le puede seguir la pista, debería ser lo suficientemente alarmante, ya que es un avance al que no le importa el humano común más que como un recurso. Debemos buscar un equilibrio entre la innovación tecnológica y la autenticidad humana. Las respuestas a nuestras necesidades no siempre están en los dispositivos y los algoritmos, sino en nuestra capacidad para conectarnos con nosotros mismos, con los demás y con el mundo que nos rodea. La inclusión de estos elementos reflexivos pueden ser relevantes para una agencia de publicidad que desee destacarse por su compromiso con la responsabilidad social y ética en la promoción de productos y servicios que puedan traer un beneficio a las vidas de los clientes y a su entorno.

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